“Cacería
de carnes vulnerables”, podría ser otro título apto para designar la primera
novela que publica la prolífica escritora Patricia Severín, protagonizada por
una ingenua Caperucita (¿o mejor, varias
Caperucitas “seducibles”?), quienes resultan blancos femeninos apetecibles para
un lobo, feroz psicópata sexual, cubierto con la piel de afamado empresario,
Pope en los medios periodísticos de la región, quien las acecha a través del
bosque de Internet, hasta atraparlas en una intricada telaraña de mails. Este
ingenioso y actualísimo recurso tecnológico, testigo central en tantas
historias de amor dentro del universo virtual, Patricia Severín logra crear
realidades paralelas, puesto que es posible, por medio de los correos
electrónicos, ir desentrañando la trama oculta más retorcida y cruel de las
pasiones que estructuran las relaciones
vinculares.
El
desarrollo no lineal de la novela, es el resultado de los constantes avances y
retrocesos en la trama narrativa, en la que conviven el pasado y el presente,
para reflejar el drama de la conciencia, atormentada por la angustia y el
absurdo, generado por las relaciones enfermizas y la precariedad de los
sentimientos, duelo social típico dentro de un mundo donde los valores morales
se hallan en crisis.
Al lector le cabe una participación activa, como co-autor, capaz de
descifrar enigmas, atar cabos sueltos, interpretar conductas, a través de una
perspectiva multifocal o estereoscópica, es decir desde la óptica del concierto
de voces que anudan sus anécdotas a la trama argumental básica. Por eso la
realidad ficcional que presenta Patricia Severín no es unívoca, sino que se va
construyendo gracias al entrecruzamiento
de los distintos puntos de vista: una
realidad representada ambigua y engañosa como la vida misma… Por lo tanto
tampoco se puede hablar de un tiempo astronómico porque confluyen distintos
“tempos”, donde irrumpe el subconsciente, con sus planos de oscuridad e ilogicidad.
Estos rasgos de estilo producen escozor e intranquilidad en el destinatario,
impulsándolo a profundizar en su “yo interior”, y a confrontar permanentemente
las pulsiones propias de la especie humana, que se debaten entre Eros y
Thanatos, dentro del espacio anímico de cada sujeto.