“Mona blanca trepada en el octavo”, llega a las manos de Editorial Palabrava, y las editoras deciden que sea parte del catálogo de la colección Anamnesis, donde se conjuga la imagen con la palabra, y para eso convocan a la fotógrafa Karina Di Pasquale.
En “Mona blanca trepada en el octavo”, Graciela Geller deja su herencia. Es un libro que atesoraba su hija, textos inéditos antes de su partida. Editorial Palabrava lo rescata y piensa en una edición dentro de su colección Anamnesis, donde se conjuga la imagen con el texto.
Las poesías de Graciela están acompañadas por las bellas y expresivas fotografías de Karina Di Pasquale, un encuentro de verdadera comunión. “Fue un trabajo cargado de una enorme responsabilidad: más allá de la calidad que todo trabajo exige, en este caso la autora de esos versos, la generadora de esas imágenes, la que abría un surco entre la palabra y la mirada, no estaba aquí”, adelanta Karina.
Reza la contratapa sobre los textos “un hilo tenso recorre las ausencias, los amores y los desamores y abre una diáspora de preguntas que traspasan al lector. Visceral y femenina, una poesía escrita con el cuerpo, con lo que está más allá de la piel y los sentidos”.
“Trabajar sin el autor, es como caminar con un solo pie. La letra y la imagen tienen que sumar, tienen que expandir el universo de la obra, aportarle más sentido, más vuelo. Si no sucede, no sirve. Sólo es un libro ilustrado, y yo no creo en los libros ilustrados. Creo en los libros polisémicos”, explica y agrega: “ese hilo que buscaba celosamente, estaba ahí, en sus versos maravillosos, tendiéndome la mano. Surgieron imágenes nuevas pero también aparecieron en mi mente otras que ya había hecho en el mismo registro”.
El libro es, por momentos, un autorretrato de la poeta. Al mismo tiempo, son preguntas, repuestas, interpelaciones para cualquiera. Ausencias, amores, desamores, viajes al interior de uno mismo, denuncias, la poesía como objeto, los miedos y las esperanzas. Son regalos que se comunican con la imagen, que potencia, que enaltece, que dialoga, que se funde.
“Siento que todos sus poemas fueron escritos en el silencio, en la soledad, en la quietud de una casa, en el remanso del sol, desde el dolor y la nostalgia. No es muy distinto con mis imágenes. Son fotos que aparecen sólo desde la calma, dolorosa también muchas veces, suspendidas en el aire. Dos mujeres que no nos conocimos, que jamás nos encontramos en el tiempo, celebrando, de pronto, este maravilloso fluir hacia un mismo centro”, concluye.
Texto: Mili López
Texto: Mili López